13.7.17

El tambor de hojalata (Günter Grass)

El tambor de hojalata
Günter Grass
Ed. Alfaguara (1978)
Primera publicación: 1959

No tenía referencias previas sobre esta novela, los pocos a mi alrededor que lo habían empezado, lo abandonaron sin avanzar apenas. Así que cuando la tuve por primera vez en las manos, urgé en la contraportada. Varios términos captaron mi atención "difícil lectura", "genio" y "desesurada inventiva". ¿Qué podía salir de una coctelera con esos ingredientes?

El protagonista del libro, Oscar*, nos cuenta su vida en retrospectiva, marcada por el regalo de un tambor de hojalata a los tres años de edad. Desde ese instante Oscar se refugia en su tambor para rehuir la promesa de su padre de que algún día heredará su negocio de ultramarinos, y decide dejar de crecer. Una caída por las escaleras le da la coartada perfecta ante los adultos, y desde entonces Óscar se instala en sus 94 centímetros de altura y se muestra ante el mundo como un niño.

"No fue nada fácil aprender a leer haciéndome al propio tiempo el ignorante. Esto había de resultarme más difícil que la simulación, prolongada durante muchos años, de mojar la cama. Pues en este último caso se trataba de poner cada mañana de manifiesto una deficiencia de la que en el fondo habría podido prescindir. En cambio, hacerme el ignorante significaba para mí ocultar mis rápidos progresos y sostener una lucha constante con mi incipiente vanidad intelectual. Que los adultos vieran en mí a un niño que mojaba la cama me tenía perfectamente sin cuidado, pero tener que pasar un día sí y otro también por bobo era bastante molesto para Oscar y para su maestra"

El libro va convirtiéndose en una colección de historias, que casi funcionan como relatos independientes, en las que vamos conociendo a personajes desde los ojos de Oscar, ojos que todo lo captan para traducirlo luego en golpes de tambor: Un padre que muestra su cariño en sopas. Un supuesto padre que juega a las cartas en un edificio de Correos asediado por granadas y metralla. Una madre que "a veces se instalaba en el error, aunque a su alrededor hubiera sillas suficientes. Aun cuando se encerraba en sí misma, para mí siempre estaba abierta". Una abuela que esconde a un futuro marido y a un nieto bajo sus cuatro faldas. Un primer amor que bulle en polvos efervescentes en la palma de la mano. Un supuesto hermano que sabe a hijo. Un mascarón de proa asesino. Una pandilla de discípulos delincuentes. Un maestro circense de un metro de altura y kilómetros de mundo. Un segundo amor sonámbulo con olor a canela. Pintores y musas. Músicos de jazz que tocan en un local donde se acude para pelar cebollas y llorar todo lo que fuera se es incapaz de llorar. Un dedo acusador que es reliquia y huele a bata de enfermera. Y como escenario para todos estos personajes, una Polonia y Alemania de uniformes, insignias y balas.

Günter Grass tiene una pluma inteligente, capaz de formar imágenes únicas y de crear escenas difícil de olvidar (me muerdo la lengua para no destripar aquí alguna de ellas). ¿Por qué entonces pocos lectores se atreven con este libro? Tal vez porque a veces se regodee en detalles y situaciones que ralentizan el paso y te hace resoplar viendo la extensión de páginas que te quedan por delante (en total 655). En más de una ocasión tuve deseos de reducir fragmentos enteros a base de tijeretazos. Sin embargo, merece la pena tener paciencia en esos momentos, porque son la antesala de alguna escena de las que dejan huella. 

El director Volker Schlöndorff la llevó al cine en 1979, levantando un gran revuelo por presentar una escena de contenido sexual con un menor (menor en la apariencia, recordemos que el personaje de Oscar no crece por fuera, pero tiene 17 años en esa escena).

Para terminar, escojo una mini historia que ilustra bien el estilo de G. Grass y que no desvela nada de la historia principal para que no podáis acusarme de spoiler.
La historia de cuando la señorita Pioch conoció a su señor Vollmer en el tranvía:

"Yo volvía del negocio -posee y dirige una excelente librería-, el coche estaba repleto, y Willy -ése era el señor Vollmer- me pisó con rudeza el pie derecho. Yo no podía aguantarme de pie; fue un amor a primera vista. Mas como tampoco podía andar, él me ofreció su brazo y me acompañó o, mejor dicho, me llevó a casa y, a partir de aquel día, cuidó tiernamente aquella uña del pie que con su pisotón se me había puesto azul negruzca. Pero también en lo demás se comportó con mucho cariño, hasta que la uña se me desprendió del dedo gordo derecho y nada se oponía ya al crecimiento de una uña nueva. A partir del día en que se me cayó la uña mala, su cariño empezó a enfriarse. Sufríamos los dos por efecto de aquel decaimiento. Y en esto me hizo Willy, porque seguía queriéndome y también porque los dos teníamos mucho en común, aquella horrible proposición: Deja que te pise el dedo gordo izquierdo, hasta que la uña se ponga azul rojiza y luego azul negruzca. Yo accedí y él lo hizo. Instantáneamente volví a entrar en posesión de su amor y pude saborearlo hasta que la uña del dedo gordo izquierdo se me cayó también cual hoja seca. Y nuevamente nuestro amor se hizo otoñal. Ahora quería Willy volver a pisarme el dedo gordo derecho, cuya uña había crecido entretanto, para poder seguir amándome de nuevo. Pero yo no lo permití y le dije: si tu amor es verdaderamente grande y sincero, ha de poder sobrevivir a una uña de dedo gordo. Pero él no me comprendió y me dejó. Después de varios meses, volvimos a encontrarnos en una sala de conciertos. Pasado el intermedio, él se vino a sentar conmigo sin que yo se lo pidiera. Cuando durante la Novena Sinfonía empezó a cantar el coro, deslicé hacia los suyos mi pie derecho, del que previamente me había quitado el zapato. Él pisó y yo logré no perturbar el concierto. Dos veces más pudimos todavía pertenecernos mutuamente por espacio de algunas semanas, porque en dos ocasiones le tendía una vez el dedo gordo izquierdo y luego el derecho. Hoy tengo los dos dedos hechos una lástima. Las uñas no quieren ya crecer. De vez en cuando Willy viene a visitarme, se sienta a mis pies sobre la alfombra y contempla conmovido y lleno de compasión para conmigo y para con él mismo, pero sin amor y sin lágrimas, las dos víctimas desuñadas de nuestro amor."


* Aviso a navegantes y correctores empedernidos: No es que haya olvidado la tilde de Oscar, es que en el libro aparece así, cosas del alemán.

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