21.8.17

Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, D. Foster Wallace

David Foster Wallace
Algo supuestamente divertido que
nunca más volveré a hacer
Ed. DEBOLSILLO (2014)
Primera publicación: 1997
Cuando dos profesores de diferentes talleres de escritura te recomiendan a un mismo escritor, es que algo interesante tiene. Y Foster Wallace tiene mucho más que "algo".

En sus historias retrata la sociedad americana contemporánea: concursos televisivos, ejecutivos enchaquetados, pandillas de ética dudosa, intelectuales universitarios, etc.  Sus retratos, sus comparaciones y descripciones son directas, sin florituras, pero con un halo de crítica de lo absurdo (tanto hacia fuera como hacia dentro) entremezcladas con cuestionamientos filosóficos que te hace debatirte entre el rechazo, la compasión o la risa floja, pero que por encima de todo, te atrapa.

Estas tres emociones se iban sucediendo sin orden cuando leí su libro de relatos La niña del pelo raro y aunque en alguna que otra ocasión me quedaba mirando el libro con cara de -Wallace, estás jugando conmigo de mala manera- al final se lo perdonas todo, como a ese amigo que le gusta liarte y sacarte de tus casillas, pero que en el fondo adoras.

Mi segundo acercamiento a Foster Wallace ha sido con Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer (1997), una recopilación de los artículos que escribió sobre su experiencia en un crucero de lujo, por encargo de la revista Harper's. Enfrentar la imagen idealizada que tenemos los que nunca hemos puesto un pie en uno de estos barcos de lujo con las descripciones de Foster Wallace es un ejercicio de diversión continua y no me resisto a poner aquí algunos ejemplos.

Al hablar de la actitud del personal de abordo: Sus Sonrisas Profesionales se activan como interruptores a mi paso. (...) Ya conocen esa sonrisa -la contracción enérgica del cuadro circumoral con movimiento cigomático incompleto-, esa sonrisa que no llega a los ojos del que sonríe y que no significa nada más que un intento calculado de adelantarse a los intereses del que sonríe fingiendo que le cae bien el objeto de la sonrisa. ¿Por qué los empresarios y gerentes obligan a los profesionales de los servicios a irradiar la Sonrisa Profesional? ¿Soy el único consumidor en quien dosis elevadas de esa sonrisa producen desesperación? ¿Soy la única persona que está segura de que el número creciente de casos en que gente de aspecto totalmente ordinario aparecen de pronto con armas automáticas en centros comerciales, oficinas de seguros, complejos médicos y McDonald's guarda alguna relación causal con el hecho de que estos lugares son centros notorios de difusión de la Sonrisa Profesional?

Sobre la limpieza de su camarote: El misterio es todavía más complejo e inquietante de lo que había pensado al principio, porque mi camarote es limpiado siempre y únicamente en los intervalos en que estoy fuera durante más de media hora. Cuando salgo ¿cómo pueden saber Petra o sus supervisores cuánto tiempo voy a estar fuera? Pruebo a salir del camarote un par de veces y volver al cabo de diez o quince minutos a fin de pillar a Petra in delicto, pero nunca está. Pruebo a dejar el camarote hecho un desastre, marcharme, esconderme en alguna cubierta inferior y luego volver a toda prisa al cabo de veintinueve minutos exactamente: de nuevo abro la puerta de golpe, pero ni está Petra ni nadie ha limpiado. Luego abandono el camarote exactamente con la misma expresión y llevando las mismas cosas que la vez anterior y esta vez permanezco escondido durante treina y un minutos y regreso: ahora no hay rastro de Petra pero el camarote 1009 está esterilizado, reluciente y hay un bombón en la almohada nueva de la cama. Sepan que examino con cuidado cada centímetro de todas las superfcies por las que paso durante estos experimentos: no encuentro cámaras, sensores de movimiento ni ninguna otra prueba que pueda explicar cómo lo saben. De forma que por el momento postulo que debe de haber un miembro especial de la tripulación asignado a cada pasajero que sigue todo el tiempo a este pasajero, usando técnicas extremadamente sofisticadas de vigilancia personal e informando de los movimientos de los pasajeros, de sus actividades y de la hora prevista de regreso al camarote al cuartel general de mantenimiento, o algo así.

Llama la atención el uso que hace de los pies de página, que invaden en ocasiones al texto principal, pero que más que aclaraciones se convierten en minirelatos paralelos que no puedes pasar por alto.

Wallace nos lleva de la mano a través de un teatro de sonrisas profesionales, limpiezas que rayan el neuroticismo, servilismo extremo del personal y un amplio programa de actividades protagonizado por pasajeros canosos y barrigones armados con cámaras fotográficas, gafas de sol y bermudas estampadas. A bordo del barco todo parece una representación bien ensayada que arranca aplausos y vítores, mientras Wallace no deja nunca que olvidemos que no es real, que sólo es un intento bastante bien logrado para que olvidemos nuestra mortalidad.

Lo curioso es que ahora estoy deseando subirme a un crucero y ver con mis propios ojos los inodoros succionadores, contar el número de toallas por hora que cambia en las hamacas el mozo de la cubierta 12, asistir al show de la noche del pasajero o ir dejando un reguero de migas de pan para ver cómo el asistente de camarero de mi mesa las va recogiendo una a una.



No hay comentarios :

Publicar un comentario

Es un placer que hayas pasado por aquí, y me dejes tu comentario.
Gracias!